La vuelta de los talibanes es una realidad en Afganistán y las mujeres son sus principales víctimas.
Ahora el mundo mira con preocupación a Afganistán, ¿Cuánto tiempo durará esta atención?
El pasado 15 de agosto se hizo oficial, los talibanes se habían hecho con el control de Afganistán, entraban en el Palacio Presidencial de Kabul, el presidente Ashraf Ghani abandonó el país, colapsaba el gobierno y se desataba el miedo generalizado. Millones de afganos temen las represalias del nuevo gobierno talibán.
Han pasado 20 años desde que Estados Unidos, apoyado por países aliados, interviniera en el país como respuesta a los brutales atentados del 11 de septiembre. De esta manera, se iniciaba oficialmente la Guerra contra el Terrorismo. Pero, de hecho, no se libraba sólo una batalla contra el terrorismo más radical, sino que se terminaba con un régimen teocrático que gobernaba Afganistán de manera cruel bajo las “directrices” de la interpretación más radical del islam.
Mientras duró el gobierno talibán entre 1996 y 2001, las mujeres no pudieron salir de sus casas solas, sólo podían hacerlo acompañadas por un hombre y debían ir totalmente cubiertas con un burka. Fueron víctimas de la más absoluta regresión de cualquier derecho fundamental. La desobediencia a sus estrictas normas era castigada con severidad.
El adulterio conllevaba la ejecución pública y el robo suponía la amputación de una mano. Las restricciones a la literatura, fotografías, música, bailes y cualquier expresión de tipo artístico también predominaron durante ese periodo. Los castigos por este tipo de “violaciones” de la ley islámica eran a menudo realizadas por los propios familiares de los acusados bajo presión.
Estas cuestiones fueron las que más impactaron a la sociedad internacional de la época. Desde occidente no podíamos creer que eso hubiera estado sucediendo a sólo unas horas de avión de nuestras casas. Y en ese momento descubrimos, o por lo menos, fuimos más conscientes, de que los talibanes no eran los únicos en querer invisibilizar a las mujeres, había otros lugares en el mundo, donde de manera, si se quiere más sutil, se convertía la figura de la mujer en algo casi invisible e insignificante. Porque eso es lo que consiguen los regímenes dictatoriales que tratan a la mujer como un ser de segunda, hacerlas cada vez más irrelevantes hasta que casi se olvidan de que existen.
En estos últimos 20 años, los derechos de las mujeres y las niñas progresaron sustancialmente, aunque de forma desigual en todo el país. Actualmente hay 3,3 millones de niñas que reciben educación, y según la Organización Mundial de la Salud alrededor del 87% de la población pudo acceder a centros médicos situados a una distancia máxima de dos horas de su residencia. Las mujeres han participado más activamente en la vida política, económica y social del país. El gobierno ha llegado a tener cuatro ministras, una gobernadora provincial y en 20 provincias una vicegobernadora en asuntos sociales.
Según Amnistía Internacional, pese a no tenerlo nada fácil, sufrieron acoso, intimidación y discriminaciones, en 2019 más de mil mujeres contaban con sus propios negocios y a pesar del conflicto permanente, las mujeres afganas han conseguido ser abogadas, médicas, juezas, profesoras, ingenieras, atletas, políticas, periodistas, empresarias, agentes de policía y miembros del ejército o activistas de derechos humanos.
Todo esto es lo que se perderá si el resto del mundo mira para otro lado. Se perderán los avances, pero también la esperanza de seguir avanzando.
Desde esta columna he hablado muchas veces de los derechos de la mujer, de las discriminaciones que seguimos sufriendo respecto a los hombres, y de cómo enfrentar esos retos como sociedad, lo hago desde España, Europa, con mis derechos fundamentales garantizados, con libertad para decir lo que me parezca y sin miedo a represalias de ningún tipo ni para mí ni para mi familia.
Y entonces pienso: ¿podemos realmente ponernos en el lugar de esas mujeres y niñas? ¿Podemos nosotras, desde aquí y con los derechos que compartimos, imaginar la realidad a la que se enfrentarán a partir de ahora? ¿Podemos pensar cómo se construye, desde el sometimiento más absoluto de la mujer, la identidad de una sociedad o un país?
No tengo respuestas, lo único que puedo hacer es pedir que no nos olvidemos de las mujeres de Afganistán, que cuando dentro de unos días haya otras noticias más recientes e “importantes”, no olvidemos que millones de mujeres están condenadas a no importar a nadie porque se volverán invisibles.
Artículo de opinión publicado en el medio de comunicación Murcia Economía. Pincha aquí