Leo en la prensa que una Muleña ha sido seleccionada por Forbes como una de las personas que cambiará nuestra realidad en 2022. Se trata de Esther Pina, una joven de 23 años, que está creando una industria cultural sin límites ni barreras, una cultura inclusiva, para todos.
Esther Pina ha fundado la startup “Secret Sound”, una compañía que genera contenidos y experiencias musicales accesibles e inclusivos para personas con dificultades de audición y habla.
Me impresiona esta iniciativa, sobre todo por el compromiso, emprendimiento y liderazgo que demuestran. Cualidades que no sólo la han llevado a situarla entre los veintidós protagonistas del 2022, según la lista Forbes, sino que ya en 2019 le hicieron ganar el primer premio de los proyectos empresariales del Ayuntamiento de Murcia.
Es admirable la solidaridad, la empatía y el altruismo que impregna toda su actividad. Su iniciativa -una industria cultural sin límites ni barreras- permite el acceso a música, mesas redondas, charlas y otros muchos programas culturales a personas con problemas auditivos y visuales. Estas cosas me llevan a recapacitar sobre la inclusividad.
¿Somos inclusivos?
Aunque la definición principal es: “actitud o tendencia de integrar a todas las personas en la sociedad, con el objetivo de que puedan participar y contribuir a ella y beneficiarse en este proceso”, la mayoría utilizamos la palabra para referirnos a la expresión oral y escrita que no discrimina a un sexo, género social o identidad de género en particular, y que intenta evitar estereotipos de género.
Entendemos que la persona inclusiva es la que trata de evitar las diferencias entre hombres y mujeres en su discurso pero ¿no es demasiado pobre? ¿qué ocurre con la realidad social? Necesitamos hechos sociales inclusivos, y mientras esto no ocurra la efectividad del lenguaje inclusivo queda en entredicho.
El lenguaje crea pensamiento, se piensa cuando se habla y, al mismo tiempo, representa y construye realidad. Por este motivo la lengua debería reflejar los cambios sociales protagonizados por las mujeres en las últimas décadas, pero las desigualdades no sólo se encuentran en el ámbito del género. Las personas con discapacidades o capacidades diferentes también se encuentran ante una situación de desigualdad y ¿cómo los incluimos en el lenguaje? Podríamos utilizar el lenguaje de accesibilidad y así hacerles partícipes.
Vida inclusiva
Reflexionando sobre esto, me encamino a mi oficina repasando las campañas y eventos organizados, los proyectos y las colaboraciones como ésta, en MurciaEconomía, y me doy cuenta de que aún cuando procuramos tenerles en cuenta, siempre hacen falta iniciativas como ésta de Esther Pina. Para incluir en el desarrollo social a personas con discapacidad es importante que todos hagamos un esfuerzo en allanar el camino y proporcionarles un entorno apropiado para su correcto desarrollo.
Desde mi punto de vista, la modificación del contexto social de desigualdad, en el que se habilita la participación en experiencias independientemente de sus capacidades, modificará también el lenguaje utilizado.
¡Aprendamos de Esther y contagiémonos del espíritu inclusivo!